Creía que estaba condenada a morir de tristeza, creía que
la felicidad no estaba a su alcance, que no estaba hecha para ella. O tal vez
porque no le gustaba estarlo, odiaba la sensación de saber que tarde o temprano
podría recaer.
Murió ahogada por todas esas palabras que nunca dijo. Murió por todas esas veces que calló. Murió de tristeza, por acumulación de decepciones y derrotas.
Se fue muriendo por dentro y poco a poco, cómo una vela su fuego se fue apagando, hasta que solamente quedaron cenizas, cenizas que al contrario del ave Fénix no volvieron a renacer. Porque es mejor arder que apagarse lentamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario